jueves, 18 de junio de 2015

Le lloré perdones. Le regaré cantos.


Llegó días atrás y lloré porque me dijo que por mi culpa se secaron las plantas. 

"¿Cómo puede ser tan complicado cantarles para que no mueran?"

Aunque no se dio cuenta, lloré. 

Creo que no ha querido decirme, o no sabe decirme, o no sabe que las lágrimas también sanan la tierra y hemos malgastado el tiempo mojando el asfalto. 

¿Cómo sabría cuidar un helecho o una orquídea o un mango si no sé ni dónde se encuentra mi semilla?

Alguien se ha colocado frente a mí como un espejo,
es el más bello regalo que me ha hecho
¡he visto la semilla!

Y lloré y lloré...

Por el regalo, es decir, por su amor que me refleja...
Y también por mi crueldad. 

Es tan pequeña la semilla y le he gritado por no ser un olmo.
Apenas le brota un retoño y le he odiado por no darme cerezas o fresas.
Le he golpeado con un "¿dónde está el huerto que me prometieron?"

Y ha resistido a mis secas tormentas,
a mis lluvias de fuego,
a la infertilidad de mis tierras.

Le he llorado perdones ahora,
recobro la voz para cantarle.

Y me ha sonreído 
como por primera vez. 

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