lunes, 16 de febrero de 2015

Vagones de Pasión. ¿Podrías resistirte a su belleza patriarcal?

A propósito del 14 de febrero y del estreno de  50 Shades of Sumicienta, póngase en modo romántico/erótico e imagine que me encuentro en el metro un jueves en la típica malaventurada apatía del Godinez: fastidiada de la oficina, sus dramas y medio zombi con ganas de llegar a casa; de pronto, su piel blanca, esbelto cuerpo, labios perfectos, quijada elegantemente pronunciada y una presencia impecable. Honestamente era una belleza imposible de ignorar, algo así como ver un durazno de esplendoroso color y cascara tersa, denotando lo jugoso y suculento que se me antoja en mi boca. Nuestras miradas se cruzaron por instantes, esporádicas, cada vez más curiosas. Pero esa curiosidad no duró más que las dos estaciones faltantes y solo atinamos a sonreír cuando me bajé, siguiendo su mirada cuando el tren prosiguió su marcha.

Viviendo en el DF es poco probable encontrar un rostro por segunda vez y es mejor no pensar en lo que pudo haber sido ante tal realidad, así que una sigue su vida como si nada hubiera pasado.

Pero la vida tiene sus excepciones, y me gustaría decirles que la excepción era regresar a mi casa contentísima por la satisfacción del día laboral, pero no, fue más fácil encontrarme de nuevo al chico-durazno del metro que un día divertido en el banco. Dejé echar una moneda al destino: si nos subimos al mismo tren le hablo, porque la sonrisa cómplice de ese día era la luz verde para proseguir. La dificultad de aquello consistía en que el andén estaba lleno de Godinez y sería poco probable subirnos al mismo convoy, que a esa hora parece tétris humano. Pero ¡oh, destino! alguien decidió enviar un tren vacío apiadándose de los que por lo regular tenemos que esperar bastante tiempo para poder abordar (en los 9 meses que tengo trabajando por acá, fue la segunda vez que ocurrió).

Sabía que íbamos hacia el mismo camino, trasbordaríamos en la terminal de la línea y esa era nuestra oportunidad ¿en verdad la situación estaba a nuestro favor? Pues va de nuevo el ¡oh, maldito destino! Al bajar en la última estación intenté perseguirlo, pero la multitud se lo tragó cruelmente. Esta vez sí lo lamente, y aunque fue una distracción al particularmente día de mierda en la oficina, resultó sumar una tensión más al día.

¿Qué se le hace? Pues seguir la vida ¿no? Al tiempo ya había aceptado el “ya qué” de historias como ésta, aunque momentáneamente pensaba en su bello rostro, incitante sonrisa y perfectos labios. Imaginaba cómo sería su blanca piel desnuda y cuál sería su sabor.

Y así siguieron los días en el metro, bueno, no tantos, porque dos días después, pendejeando en mi celular saliendo del metro y obligada a mirar hacia arriba para pasar los torniquetes de salida ¡oh, bendito destino! ¡Ahí estaba él y su belleza patriarcal frente a mí!

Bien me dijo mi marida “la tercera es la vencida”. Más cerca no podría tenerlo. No fue un acto razonado el tocarle el brazo y decirle “hola”. Volteó, me miró y me abrazó. Imagine estar entre los brazos de ese hombre tan durazno.

A veces el metro tiene magia, o una hace que tenga magia, porque ese mismo día, terminando él y yo la jornada laboral y de regreso a nuestras casas, nos encontramos besándonos mientras avanzábamos estación tras estación con una canción en francés ambientando la escena.

Muy bonito ¿no? Pero ¿qué puede esperar de historias mías haciendo alusión al 14 de febrero y a 50 sombras de frustración sexual? Además, para su información, soy alérgica al durazno, y si pensé en uno al verlo, esto no podía terminar bien.

Nuestra versión chilanga y descafeinada del Christian Grey del metro es ya una señal de que si la situación fuera un espectacular diría “¡PRECAUCIÓN!”, así, en letras mayúsculas, color neón e instalado en medio de avenida Insurgentes.

Para empezar, después del abrazo me saludó con una efusividad extraña y su discurso me hizo sospechar que se trataba de alguien que se dedica a las ventas y que ni para ligar se quita el modo de atención al cliente.

Guapo + labioso = infiel. Fue mi primer pensamiento.

Pero le di el beneficio de la duda, y en el transcurso del día (ya nos habíamos pasado nuestros teléfonos) quedamos en vernos en la noche. En ningún momento hubo cabida para dudar de mi deseo sexual hacia él, pero la señal de frenado la dio cuando me dijo que tenía pareja y no estaba dispuesto a decirle que tenía intenciones de salir conmigo. Amantes, pues.

Uno hay que sospechar de las situaciones que parecen prometer magia: esos pensamientos de que el cosmos ha vertido su poderosa fuerza para conocer a un chico-durazno en el metro hay que mantenerlos a raya, así como hay que amarrar al ego con una correa para que no corra como perro hambriento ante los halagos del chico-durazno que actúa como si te conociera toda una vida y te asegurara que vale la pena el engaño con tal de disfrutar de tus virtudes (sexo); además, cual vendedor como sospeché, hay que mantenerse imperturbable como un cliente al que tratan de convencer de que el nuevo producto lanzado al mercado “El destino nos unió” te traerá una vida maravillosa al lado de alguien y además bajarás de peso en una semana, sabiendo que se trata de una vil estafa.

Compa lector, sepa usted que aún con todo esto, seguía embelesada (caliente) por su belleza física. En el camino de regreso, después de compartir un café (momento en el que me di cuenta de todo lo que ya expuse) nos encontramos en el trasbordo a la siguiente línea que nos acercaba a nuestras casas. Al bajar las escaleras escuchamos a un señor que cantaba sumamente inspirado melodías románticas. Él soltó una carcajada y yo le dije que me agradaban las personas que no les importaba la opinión ajena.  Al abordar, acortó la distancia de nuestros cuerpos hasta el punto de que nuestras bocas se encontraran. Después de conocer que él se trataba de un típico hombre seductor estereotipado, por favor, no me pregunte, estimado lector, cómo fue posible que aceptara besarlo. Y aunque estuvo sabroso, me arrepentí al saber que era partícipe de un engaño. A veces no sé por qué me gusta aprender por tropezones y estoy abierta a que usted me dé una cachetada para que reaccione.

Ahora me gusta pensar en ese último momento como una escena de película cómico-romántica, pues como cereza para el pastel que sella el romanticismo de la situación, el señor comenzó a cantar algo en francés. Si fuera película de Disney el señor hasta tendría acordeón y se acercaría a nosotros inspirado por aquella unión cósmica. Pero no, no era película-cliché, y lo que para el chico-durazno fue cómico unos minutos atrás, si lo pienso bien, el pésimo francés del señor y su desafinación total mientras nos besábamos, era el símbolo de aquella ridícula erótico-romántica ficción que se suma a mi colección de piedras con las que me he tropezado.

Si es que mi jueza feminista interior no me mata primero, por favor, feministas (o simplemente partidarios del sentido común), no me maten, yo solo estoy #AprendiendoAVivir. 


lunes, 2 de febrero de 2015

Administración de estupideces


Estaba en un callejón sin salida y tuve que tomar la difícil decisión de regresar por donde había llegado. A veces las personas somos estúpidas y olvidamos el camino de vuelta, pero miré detrás de tus hombros y por fin lo hice: me rendí frente a tu cara y te dije lo estúpida que era.

Sentí vergüenza al arrastrar la palabra. Cerré los ojos como esperando lo peor y después de unos segundos descubrí que el cielo no se había caído, que ser estúpida no es tan malo como la mayoría dice y que podía ver ya la salida.

Estábamos dos estúpidos de frente. Tú con tu estúpida indiferencia y yo feliz de mi estupidez. Ya no eras tan grande como parecías, te bajé del ladrillo del que te coloqué. 

Ahora tu estupidez se ve mas grande y mi flojera crece como enredadera en las paredes de esta casa.

Trae a los animales que quieras, no me importa su color ¡el que quieras! No son más que apologías a la tu estúpida distorsión de la realidad y de ti mismo.

Pero detrás de la estupidez que te confesé se escondía una loba que ahora habita y no teme mostrar sus amputaciones, que sabe que esos animales son seres inanimados para vengarte de la realidad que has creado.

Hoy hicieron muchos ruidos estúpidos y yo no me tapé los oídos, pero fue una estupidez taparle el hocico a la loba para que no aullara en tu presencia, y aun así tuviste la ocurrencia de matar con un poquito de estupideces por aquí y otras más por allá la atención que temiste perder. Perfecto, soy estúpida para algunas cosas, pero no espero estupideces en ningún puerto. No le pertenezco a ningún mar y menos a uno tan estúpido.

Ahora parece que ya están más tranquilos tus animales y mientras yo me dejo llevar por las ondas de sus sonidos para que me expulsen de tu vista. Recuerda que las ondas se expanden y llegan cada vez más lejos... lejos de tu estupidez y cerca de la mía.

Estoy cansada. Ya no tengo ánimos de ti. Tu estupidez y la mía me han liberado.