miércoles, 30 de diciembre de 2015

Me renuncio

No hay invitación que me ponga en más aprietos que esa que nos encontramos en redes sociales y otras páginas web: “escribe una breve descripción de ti”.

¿Soy atea? no como tal, ¿agnóstica? tal vez, ¿poliamorosa? pues ya no me parece lo más cool del mundo, ¿feminista? seguro que tengo algo de eso; ¿psicóloga? mmm… pues la Psicología es lo que hago, pero no es mi identidad, ¿Alejandra? es una referencia, sí, ¿mexicana? cierto, nací en México y mis raíces son bellísimas, pero me identifico con países del medio oriente.

Podría nombrar muchas más cosas que se supone que soy o que se supone que siempre seré.

Incluso inflaba el pecho o aún sigo pavoneándome por ideologías que según el Oscuro Déspota me colocan en un nivel moral elevado. Pero salgo de mí misma, me observo y me parece ridículo.

Creo que he pasado por varias etapas: en la adolescencia pensaba que no había algo que me atara más que la religión, después eran los patrones familiares, hasta hace poco el amor romántico y unos meses atrás el desgraciado Estado opresor. Va… los rechacé y decidí vivir de distintas maneras (por supuesto con fallas en el intento, así como con sus muchos aciertos). Surgía así como un nuevo ser una mujer que se reía de todo y de las personas que aún no se liberaban.

Entonces la batalla se volvió otra: hay que demostrar que soy una mujer libre que tiene sexo cuando quiere, que puede amar a dos personas a la vez y no siente celos, que rechaza en su totalidad la religión y que debía ser políticamente correcta gritando por todos lados que “fue el Estado”.

Dicen que es mejor eso que lo otro… mmm, puede ser. Pero salir de una armadura que te constriñe para querer construir otra tampoco es la gloria en la tierra.

No sé qué entendía por reputación. Tal vez pensaba en el empresario, político o algún riquillo que ensayaba sus sonrisas para los spots, revistas o periódicos. Después descubrí que el gurú espiritual y el activista político buscan incluso la muerte para ser alabados. Pa’l caso ¿no es lo mismo?

¿Soy distinta? no. Generar una reputación es algo que da cierto placer ¡pero cómo cuesta! Sobre todo cuando para salvarme y sanar hay que hacer lo opuesto a lo que dije públicamente ayer ¡se me cae lo que dije que era y me quedo sin nada!

Esa vida liberal que soñaba de adolescente ahora resulta no ser tan atractiva, por la sencilla razón de que hacer lo opuesto no significa exactamente liberarse, sino escoger otra celda. Y no… no hablo de que me hace falta dinamitar el maldito heteropatriarcado que aún me coloniza volviéndome queer, poliamorosa, anarquista, feminista, lesbiana o más de eso. Hablo de que todo se puede convertir en un dogma y una máscara. Todo puede ser falso, ser una exageración, una religión… sobre todo cuando estoy interesada en demostrar que soy interesante, indiferente, especial, ordinaria, peculiar, aburrida o lo que sea que quiera que vean los demás. Es una carga espantosa. 

Lo que necesitaba de adolescente no lo necesito ahora, por lo tanto el ateísmo ya no me funciona igual, aunque aún sea una referencia importante. Ahora me interesa el sufismo, pero eso no quiere decir que sea sufí y que dentro de 10 años siga siendo mi camino, pero eso no quita que en este momento sea importante.

Ahí está la otra etapa en la que me percibo en este momento: renunciar con lo que me identifico, a lo que creo que soy, decir hoy una cosa y después otra… total ¡no he firmado contrato para ser predecible!

¿Inestabilidad? Quién sabe. Solo sé que eso de renunciar incluso a mi misma es sumamente tranquilizador. 



lunes, 28 de diciembre de 2015

Nada

Foto: Tim Walker

Antes de ti el vacío,
de ti,
y de todos.
Y el engaño.

Ni el gato esperando,
ni el agua,
ni la cama,
ni el colchón.

Ni tú ni nadie.

Después la culpa, el enojo o las ganas con tus buenos días sin ganas.

El escritorio con papeles,
El tiempo sin tiempo,
El encuentro sin sustancia.

Los labios de él y ella sin huella.

Aquí las lágrimas,
Aquí el tener y no querer,
El querer y no tener.
El no tener realmente.

El vacío.

El descubrimiento del año

La epifanía del año: acostarme teniendo claro que no tengo motivos para sufrir y sentir que la vida no tenía sentido. O dicho de otro modo, darme cuenta que necesitaba del conflicto para sentirme viva.

Ya sabe, lector, los truquillos que unx aprende de niñx para sobrevivir: victimizarse para obtener la atención de lxs demás.

Pero ya no funciona. He simplificado mi vida para solo ocuparme de las situaciones presentes y el pasado se está quedando en su lugar, cada vez cargo menos de él. Así que me estoy obligando a dejar de patalear como niña y, así, no me quede otra opción más que utilizar mis auténticos recursos sin la necesidad de la reafirmación externa.

Es una tranquilidad que no conocía y aun me desconcierta. Era como si viviera buscando tempestades para demostrar que era una navegante-heroína y que a falta de ellas me revolcara en cualquier ola. Pero ese personaje ya estaba cansado de tener las tempestades dentro.

“Lo que buscas te está buscando”, dice el hombre Homa. La tranquilidad me ha encontrando antes de que yo supiera exactamente qué hacer con ella. “Confía y actúa”, dice. Aun no sé exactamente cómo es vivir sin la máscara de la víctima de la circunstancia, porque se me desbarata entre las manos y me siento vulnerable, lo cual es perfecto.

No hablo tampoco de esa actitud pendeja de sonreír pese a todo, solo digo que necesito dejar de encontrar el “pero” a mi vida pese a todo: pero no sé, pero no puedo, pero soy insuficiente, pero la culpa es del otrx, pero la culpa es de mis padres, pero yo soy la que más sufro… ¡oh, tengan consideración!

Esa imagen se va junto con las tempestades imaginarias. Se disipa como las nubes. Ya no seré mi mayor lastre.

Ella me espera.