No hay invitación que me ponga en más aprietos que esa que nos
encontramos en redes sociales y otras páginas web: “escribe una breve
descripción de ti”.
¿Soy atea? no como tal, ¿agnóstica? tal vez, ¿poliamorosa? pues ya no me parece lo más cool
del mundo, ¿feminista? seguro que tengo algo de eso; ¿psicóloga? mmm… pues la
Psicología es lo que hago, pero no es mi identidad, ¿Alejandra? es una
referencia, sí, ¿mexicana? cierto, nací en México y mis raíces son bellísimas,
pero me identifico con países del medio oriente.
Podría nombrar muchas más cosas que se supone que soy o que
se supone que siempre seré.
Incluso inflaba el pecho o aún sigo pavoneándome por
ideologías que según el Oscuro Déspota me colocan en un nivel moral elevado.
Pero salgo de mí misma, me observo y me parece ridículo.
Creo que he pasado por varias etapas: en la adolescencia
pensaba que no había algo que me atara más que la religión, después eran los
patrones familiares, hasta hace poco el amor romántico y unos meses atrás el desgraciado Estado opresor. Va… los rechacé y decidí vivir de distintas
maneras (por supuesto con fallas en el intento, así como con sus muchos aciertos). Surgía así como un nuevo ser una mujer que se reía de todo y de
las personas que aún no se liberaban.
Entonces la batalla se volvió otra: hay que demostrar que
soy una mujer libre que tiene sexo cuando quiere, que puede amar a dos personas
a la vez y no siente celos, que rechaza en su totalidad la religión y que debía
ser políticamente correcta gritando por todos lados que “fue el Estado”.
Dicen que es mejor eso que lo otro… mmm, puede ser. Pero
salir de una armadura que te constriñe para querer construir otra tampoco es la
gloria en la tierra.
No sé qué entendía por reputación. Tal vez pensaba en el
empresario, político o algún riquillo que ensayaba sus sonrisas para los spots,
revistas o periódicos. Después descubrí que el gurú espiritual y el activista
político buscan incluso la muerte para ser alabados. Pa’l caso ¿no es lo mismo?
¿Soy distinta? no. Generar una reputación es algo que da
cierto placer ¡pero cómo cuesta! Sobre todo cuando para salvarme y sanar hay
que hacer lo opuesto a lo que dije públicamente ayer ¡se me cae lo que dije que
era y me quedo sin nada!
Esa vida liberal que soñaba de adolescente ahora resulta no
ser tan atractiva, por la sencilla razón de que hacer lo opuesto no significa
exactamente liberarse, sino escoger otra celda. Y no… no hablo de que me hace
falta dinamitar el maldito heteropatriarcado que aún me coloniza volviéndome queer,
poliamorosa, anarquista, feminista, lesbiana o más de eso. Hablo de que todo se
puede convertir en un dogma y una máscara. Todo puede ser falso, ser una
exageración, una religión… sobre todo cuando estoy interesada en demostrar que
soy interesante, indiferente, especial, ordinaria, peculiar, aburrida o lo
que sea que quiera que vean los demás. Es una carga espantosa.
Lo que necesitaba de adolescente no
lo necesito ahora, por lo tanto el ateísmo ya no me funciona igual, aunque aún
sea una referencia importante. Ahora me interesa el sufismo, pero eso no quiere
decir que sea sufí y que dentro de 10 años siga siendo mi camino, pero eso no
quita que en este momento sea importante.
Ahí está la otra etapa en la que me percibo en este momento:
renunciar con lo que me identifico, a lo que creo que soy, decir hoy una cosa y
después otra… total ¡no he firmado contrato para ser predecible!
¿Inestabilidad? Quién sabe. Solo sé que eso de renunciar
incluso a mi misma es sumamente tranquilizador.