lunes, 28 de septiembre de 2015

Y dejando de ser políticamente correcta...

Autor: Niyaz Najafov
Pasé de largo la marcha. Nunca he marchado para pedir justicia por los 43. ¿Qué ha cambiado en este año? ¿qué sigue igual? Antes no marchaba por miedo y ahora no lo hago porque en el fondo sabía que unirme a los manifestantes y encender velitas era purgar mis culpas.  También ahora puedo decir explícitamente que sentía miedo y culpa, las cuales no pretendo explicar ni justificar, en el sentido de que no me interesa que no me juzguen o comprendan,  esfuerzo que hubiera hecho hace un año con tal de no desagradarles.

¿Despertó algo el evento? La mayor parte del tiempo solo percibo que tenemos 43 nuevos mártires. ¡Pobres! Dudo que hayan querido morir por la patria, o tal vez algunos y otros no, no lo sé. Yo sé que no quiero ni pienso unirme a una causa en la que tenga que morir por la patria, no me interesa ser mártir ni santa. Antes de mudarme al DF, los buenos tapatíos, esos que creen conocer el DF porque han venido dos días y se han paseado por la Alameda y el Zócalo (y muchos ni cerca de aquí han estado) me juraban que los chilangos eran unos desgraciados. ¿Sabían que lo peor que me ha pasado aquí en el DF es un supuesto activista y defensor de derechos humanos que es de otro estado? Seguro ahí está en la marcha desgarrándose las vestiduras y saldrá de ella alardeando de nuevo su majestuosa lucha social. Tal vez él quiera ser un mártir.

Dicen que se siente la unión de los mexicanos ahí. Tal vez, no quiero investigar y ya no me interesa, no en ese contexto. Me alegra y admiro a quienes están en esa lucha sin que les importe la respetabilidad y la reputación, y mucho más a los que aceptan que gustan de ello pero son autocríticxs para no apartarse de lo que es esencial; pero sinceramente me parece injusto llamarle “cobarde” a quien no ha elegido ese camino de la lucha política y el activismo ¿es un deber?.

Hace unas horas un amigo me compartió “Lo que salva al mundo” de Borges. Liberarse cuesta, no siempre una detención o una muerte, también abandonar batallas y luchas que no son de unx; así me he podido concentrar en las que me corresponden y he elegido. Añado que la coherencia y congruencia salvan el mundo.

Me siento más decepcionada de las relaciones humanas que hace un año, no porque me parezca que la gente sea diferente, más bien dejé caer el talón que ocultaba mis trampas. He visto una parte de la realidad porque me sumergí en mí. Duele, me siento más libre porque dejé ir a personas, trabajos y circunstancias que me dolían aún más. No es lo idóneo, no es lo que deseo para mí ni para nadie, pero así es, la realidad es así y tuve que hacerme justicia sin la necesidad de marchar para sentir que lo hacía para otrxs cuando la necesitaba para mí.

No quiero, no me interesa y me parece inútil en cierto sentido reclamarle justicia a un gobierno al que cínica y evidentemente no le interesa, así como no le iba a rogar al estafador de derechos humanos que no me violentara cuando lo que pretendió hasta el último momento era violentarme. Me defendí, me cuidé y me alejé. Cada vez le agarro más cariño a eso de la autonomía y autodeterminación en todos los sentidos. No me interesa que papá Dios, papá biológico ni papá gobierno, o cualquier ente, sujeto, dogma, religión, institución, ismo, ley o lo que sea, decidan sobre mí o sobre todxs como si fuéramos niñxs que no saben autorregularse (y me da aún más tristeza la sed de un mesías que nos salve). Le tengo más cariño a eso de cuidar sin sobreproteger, a eso de acompañar sin estorbar, a eso de vigilar sin reprimir, a eso de enseñar sin adiestrar, a eso de sembrar y al mismo tiempo preparar las alas. Pero no sé si eso salve a México, no soy experta en eso.

Aun no me queda claro lo que es la solidaridad. No creo que sea solo una marcha. No sé si las personas sabemos lo que es la solidaridad y la justicia. No sé si realmente queremos ser independientes cuando hablamos de no ir al Zócalo o a cualquier plaza pública el 15 de septiembre. No me queda claro porque no lo veo en el cotidiano.

El cotidiano: tangible y lo llenamos de fantasía. Tal vez es más cómodo llorarle a los 43 que llorarle a nuestrxs muertxs internos. Pero ahí están, se lamentan y a veces me ensordecen. Lxs escucho en el hombre que golpea a su esposa, en la mujer que violenta a otra mujer, en la pareja que se sabotea mutuamente, en el sermón condenatorio de los moralistas, en el niño que golpea a su perro, en lxs maestros que violentan a sus alumnxs, en la cara del presidente, en el que ofende al otrx por no elegir la misma lucha, en el sujeto que me mira lascivamente... y así puedo nombrar tantos ejemplos de los muertxs que cargamos, a los que no damos santa sepultura y están ahí putrefactxs, pidiendo justicia. NO están desparecidxs. Incluso estoy segura que hay resurrección para tantx que creíamos muertx.

¿Qué pasa si dejamos de ser políticamente correctos? De todas maneras la mierda se nos desborda cuando no la limpiamos y la depositamos donde va. Pretender ser políticamente correcta siempre es como ponerle perfume a esa mierda.

No, no estoy en la marcha. No, no me indignan más o menos los 43, no han sido semillas para mí, pero sí un espejo que deja ver lo podrido de esto. No, no lo merecen. No, no nos merecemos esto. Pero por algo el país y lo cotidiano siguen oliendo a mierda. 

26-sep-2015