Ya lo había compartido hace poco: durante dos semanas estaba
llena de enojo todo el día y con pesadillas por las noches. Hablé con un amigo
que quiero mucho y me di cuenta que ese enojo era berrinche porque las cosas no
salían como yo esperaba. Al siguiente día me sentía más tranquila, pero hay
circunstancias que se pueden arreglar pronto o no son tan significativas y
vuelvo a enojarme como si hubiera sido tremendamente ofendida.
No solo es enojo, es frustración, miedo y vacío. No miento,
están ahí y estoy segura que no son nuevas. No… su aroma es rancio.
¿Por qué los siento como nuevos? ¿Por qué creo que son
nuevos?
Pretextos. Es lo primero que cruza mi mente.
Nada nuevo qué contar: todas esas emociones difíciles las trataba de cubrir en relaciones afectivas y con el sexo. La gran diferencia es
que ya no tengo esos distractores, pero todo eso tan difícil de encarar sigue
ahí.
Ya trabajé para quitarme pretextos, ahora parece que pataleo
para encontrar otros, pero no me sale, me equivoco y tropiezo en mí misma de maneras estúpidas.
Me alejé de mi enemigo, de manera consciente elegí no
distraerme de nuevo, ya no hay quien me salve. Yo misma me puse entre el espejo y la pared.
No queda más que
rendirme a lo peor de mí. Ya no tengo pretextos.