sábado, 24 de enero de 2015

Puedo aceptar su té y decirles "Te Quiero" al mismo tiempo.

Quisiera contarles un cuento... no, varios cuentos. Ellos no son la misma historia. Estar con ellos es dejar que corra otro cuento, y ellos tienen el suyo y yo el mío, y así cada vez que nos vemos somos agua distinta en alguna otra parte del río.

Quien no sabe leer entre cuerpos desnudos piensa que a la vida no la tomamos en serio. Y a veces nuestros cuerpos desnudos efectivamente se convierten en recipientes de ansiedades, de miedo al vacío, de no saber decir qué sí y qué no, de estar y no estar y creer que eso está bien, a mi no me gusta y aun quieren que yo sea eso y que los trate como si fueran recipientes sin alma, y creen que eso es ser adultos. Porque los adultos, dicen, saben diferenciar entre pasarla bien y querer algo serio. Pasarla bien es no estar, es correrse y retenerse al mismo tiempo y no entiendo como lo logran.

Yo, cuando me corro, no me siento vacía por el placer que explotó y se expandió quien sabe donde. Me siento llena y naturalmente siento al otro como mi cómplice. Pero algunos adultos creen que cómplice es cruzar el límite de pasarla bien. Cuando me siento cómplice en ese contexto siento ternura, amor, lujuria, ganas de dar y abierta a recibir, pero muchos creen que eso nos convierte automáticamente en algo que no somos. Entonces me piden que aparente ser algo que no soy y ellos juran que tampoco, aunque me besen en la frente y me preparen un té antes de dormir.

Pero ellos no. Ellos me preparan un té y no temen a que no solo beba lo que contiene la taza, porque no temen a su ternura y que la beba y caliente mi garganta.

A ellos puedo decirles “te quiero” y no temen tropezar con mi historia. Ya tropezamos y nos revolcamos riendo en el piso y a veces queremos seguir haciéndolo.

Compartimos que nuestros “a veces” no nos convierte en pasatiempos, sino que la vida nos facilita compartir un instante cósmico y que a eso se le puede llamar eternidad. Por que coincidir solo existe en el presente y el presente es infinito.

También sabemos que compartir la eternidad no es darnos la mano y caminar en las calles para que todo el mundo sepa que queremos compartir el mismo techo y los mismos proyectos. Para nosotros, compartir la eternidad es disfrutar de la calle, la pizza, el té, el café, la obra de teatro, el colchón, la cámara, las fotos, el hotel, el auto, la cena de Navidad, el recalentado de Navidad, Guadalajara, el DF, el mirador, los libros, la librería y cada cosa que se suma cuando nos reencontramos.

Y también compartimos los besos, los nervios de la primera vez, el cuerpo, los gemidos, los rasguños, las bofetadas y las delicadas caricias. Y así también dormimos abrazados y nos damos el beso de buenas noches y buenos días, y en la tarde les puedo volver a decir te quiero y ellos me pueden decir te extraño aunque la próxima vez que nos veamos no esté apuntada en el calendario. Eso de la lujuria no es tan importante para nosotros, aunque nos una.

Con ellos también puedo llorar y me consuelan, puede hacerlo conmigo y mi pecho, mis hombros y mis palabras están a su disposición.

Y es así como con ellos puedo vivir un cuento distinto. Yo no tengo las ganas de estar siempre allá con ellos ni ellos aquí conmigo. Cada vez que los veo les puedo contar algo distinto y ellos a mí. Y vamos creciendo, decreciendo, aprendiendo, desaprendiendo, muriendo y renaciendo cada quien en su historia. Estamos cuando queremos, podemos y cuando la vida lo facilita, y sabemos que eso también es querer


Y no temo decir que les amo por no temer a esta conexión desapegada.  



lunes, 19 de enero de 2015

Me espero en otra parte.

Ya me cansé de querer que me quieras, no porque no vea la hora en que lo hagas, sino del tiempo que gasto sentada en el andén en el que no llegarás, sabiendo que yo me espero en otra parte. 

Pensé que estar sentada tirando a las vías frases inteligentes, cualidades echas bolita en mi bolsillo y artificio de mí misma era mas cómodo que ir tras de mí corriendo, porque pensé que si me subía a tu tren llegaría mas rápido ahí donde sé que no tengo que vestirme, que mi piel es lo suficientemente fuerte para el frío y el calor, para el agua y el fuego. 

Posiblemente lo mejor que puedas hacer por mí es no llegar jamás, porque es verdad, sí, te espero porque le tengo miedo al frío, al fuego, al calor y al agua. No soy tan valiente como muchos creen. 

Y tal vez no es necesario ser valiente siempre. Ya estoy sangrando, lo acepto, he dejado un charco de sangre aquí mientras te espero, y lo seguiré arrastrando conmigo aunque me invites al mejor de tus vagones. 

Si me quedo... moriré desangrada. 

Me cansé de esperarte. Me cansé de inventarme algo para ti. Mejor me voy a donde me espero. 

Si nos llegásemos a encontrar, que sea con la piel entera.



viernes, 16 de enero de 2015

A la piedra con la que tropezamos le voy a llamar "Matrimonio"

Escribido (ya sé que está mal, pero me gusta como suena) el año pasado, a mediados de diciembre. Pero me gustó, por eso se los comparto. Ya escribiré la segunda parte, después del evento que menciono, porque también está bieen pinche interesante y bueno el chisme. 

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En dos semanas hubo dos noticias en la oficina:

  • 1    Alecita se mudó de casa, ahora sí es independiente.
  • 2       Su compañera “se nos casa”.


Alecita se fue hacia atrás cuando su compañera, que le preguntaba a una de las abogadas sobre si era mejor casarse por bienes mancomunados o separados, dijo al enfrentarse a esta decisión “estoy segura que, como decidamos casarnos, él me va a dejar todo si nos llegamos a divorciar”. El impacto de la frase lo dio el orgullo con el que lo dijo, inflando el pecho pero bajando la cabeza al saber que su próximo marido “es un hombre” en “toda la extensión de la palabra”.

Bien, hasta ahorita nada nuevo por la situación, pasa todos los días que alguien pide matrimonio a otro alguien, que el prometido va a pedir a sus suegros la mano de su hija (asumiendo que a los veintitantos años una todavía necesita el permiso y bendición de los padres para irnos de la casa con quien se nos da la gana. Porque solas, no, una es mujer de casa se respeta y de la puerta solo sale de blanco) y que inicia esa suerte de ilusión de haber encontrado el amuleto que brindará la felicidad hasta que la muerte nos separe, que conlleva  festejarlo con la fiesta, vestidos, lugar y todo lo que saben del ritual.

Comentarios sobre lo bueno que es que formalizaran su relación no faltaron, obvio, tampoco las felicitaciones. Lo incómodo para mí del momento fue que esperaran mis felicitaciones cuando para mí no hay razón para darlas. Y en este ambiente godinezco creo que resulta un poco incómodo y aguafiestas decir “pues no te doy mis felicitaciones, pero sí te ofrezco mi apoyo moral y acompañamiento”, cuando son esas noticias que hacen el día de oficina algo diferente (junto con la emoción de poner el árbol de Navidad este mismo día y saber que el banco sí tendrá dinero para hacernos una fiesta de fin de año… sí, el banco tendrá dinero ¡ja!). Así que solo me limité a preguntar más o menos interesada (más por morbo que otra cosa) sobre los detalles, pero definitivamente mis felicitaciones no las iba a dar.  

Quiero contrastar lo que me dijeron hace dos semanas con respecto a mi mudanza y comienzo de verdadera vida independiente (y quisiera aclarar que no es envidia, bueno… no envidia por la situación, tal vez por la atención que una cosa y otra genera): “muy bien, Alejandra. Qué bueno por ti”. Difícilmente alguien me dijo otra cosa, excepto mi jefe que, sorprendiéndome, retroalimentó positivamente mi cambio y hasta me ofreció su apoyo.

Supongo que ante los ojos de la tradición y la costumbre una mujer que ya no viva con su pareja pero sigan manteniendo su relación, comparta casa con un amigo, decida no tener hijos, de una día para otro se vaya de una casa a otra y no pida permiso a sus padres para hacer nada de lo anterior (a mi padre le avisé que ya vivía en otro lado cuando ya estaba instalada), esté abierta a tener otras relaciones simultáneamente, se divierta y un largo etcétera de posibilidades, no es motivo de felicitaciones, tal vez admiración y seguro que de mucho espanto.

Y me quedo con lo del espanto, porque me parece lamentable el miedo que puede causar la independencia, que una mujer tome las riendas de su vida sin que un hombre la tenga que salvar y mucho menos pedir su mano con sus padres. Me parece lamentable, y en verdad podría darle el pésame, por todas las experiencias que podría perderse por no creer que en verdad no necesita darle explicaciones ni cuentas a nadie, y todavía, para el escándalo y admiración de muchos, ver que es posible hacerlo con responsabilidad, compromiso y ética ante todo.

Solo espero, en verdad espero, que decidan no multiplicarse. No le deseo eso a terceras personas que vendrán al mundo sin que les preguntemos cómo es que quieren vivir y aun así se lo impongamos.

Al menos hoy en la oficina hay de qué hablar, aunque no sé si eso sea motivo de reír o llorar.  


lunes, 5 de enero de 2015

Sobre las cosas ridículas

Cuánta ridiculez puede caber en una persona. Qué ridículo es que por veintitantos años prescindí de tu existencia y ahora espero detrás de la puerta tu llegada. Qué ridículo es pensar que tengo que aprender a vivir sin ti cuando nunca compartimos techo debajo de esta vida y qué cansado es forzar este cuento para que tropiece con el tuyo.  Lo triste y ridículo no es que me esperes para sentarnos en la mesa y cuando llegue le digas a elle (o a elles) que sigues en espera de que alguien comparta la cena contigo, la cama y el beso en la frente antes de dormir, sino que en el camino haya creído que tu mesa no era para dos. Pero tu mesa es binomio y tu cama se conjuga en singular. Además, qué ridículo pensar que la silla me queda grande, que necesito un espacio en tu cama como si no tuviera la mía y que sin tus besos de buenas noches no podré dormir. No sé por qué me cuesta tanto recordar que a ti también te colgaron los pies cuando te invité a cenar(me) y que del postre solo decidiste comer la cubierta de chocolate, lo cual es ridiculísimo. Qué inútil es el llanto atorado en la garganta, quisiera que por fin saliera por los ojos y te ahogaras en las gotas, que te secaras y me dejaras en paz, pero no quiero que te evapores, porque sé que después esperaré que regreses como nube y llueves en mí; no, lo que quiero que se resbale como río es el poder fantasma que puse en tus manos, entrega que desde siempre fue ridícula. 

Qué ridículo es no dejarte ni dejarme en paz.

Cómo deseo cristalizar tanta ridiculez y azotarla en las paredes, en el piso y en la puerta donde te espero.