viernes, 16 de enero de 2015

A la piedra con la que tropezamos le voy a llamar "Matrimonio"

Escribido (ya sé que está mal, pero me gusta como suena) el año pasado, a mediados de diciembre. Pero me gustó, por eso se los comparto. Ya escribiré la segunda parte, después del evento que menciono, porque también está bieen pinche interesante y bueno el chisme. 

~*~*~*~*~*~

En dos semanas hubo dos noticias en la oficina:

  • 1    Alecita se mudó de casa, ahora sí es independiente.
  • 2       Su compañera “se nos casa”.


Alecita se fue hacia atrás cuando su compañera, que le preguntaba a una de las abogadas sobre si era mejor casarse por bienes mancomunados o separados, dijo al enfrentarse a esta decisión “estoy segura que, como decidamos casarnos, él me va a dejar todo si nos llegamos a divorciar”. El impacto de la frase lo dio el orgullo con el que lo dijo, inflando el pecho pero bajando la cabeza al saber que su próximo marido “es un hombre” en “toda la extensión de la palabra”.

Bien, hasta ahorita nada nuevo por la situación, pasa todos los días que alguien pide matrimonio a otro alguien, que el prometido va a pedir a sus suegros la mano de su hija (asumiendo que a los veintitantos años una todavía necesita el permiso y bendición de los padres para irnos de la casa con quien se nos da la gana. Porque solas, no, una es mujer de casa se respeta y de la puerta solo sale de blanco) y que inicia esa suerte de ilusión de haber encontrado el amuleto que brindará la felicidad hasta que la muerte nos separe, que conlleva  festejarlo con la fiesta, vestidos, lugar y todo lo que saben del ritual.

Comentarios sobre lo bueno que es que formalizaran su relación no faltaron, obvio, tampoco las felicitaciones. Lo incómodo para mí del momento fue que esperaran mis felicitaciones cuando para mí no hay razón para darlas. Y en este ambiente godinezco creo que resulta un poco incómodo y aguafiestas decir “pues no te doy mis felicitaciones, pero sí te ofrezco mi apoyo moral y acompañamiento”, cuando son esas noticias que hacen el día de oficina algo diferente (junto con la emoción de poner el árbol de Navidad este mismo día y saber que el banco sí tendrá dinero para hacernos una fiesta de fin de año… sí, el banco tendrá dinero ¡ja!). Así que solo me limité a preguntar más o menos interesada (más por morbo que otra cosa) sobre los detalles, pero definitivamente mis felicitaciones no las iba a dar.  

Quiero contrastar lo que me dijeron hace dos semanas con respecto a mi mudanza y comienzo de verdadera vida independiente (y quisiera aclarar que no es envidia, bueno… no envidia por la situación, tal vez por la atención que una cosa y otra genera): “muy bien, Alejandra. Qué bueno por ti”. Difícilmente alguien me dijo otra cosa, excepto mi jefe que, sorprendiéndome, retroalimentó positivamente mi cambio y hasta me ofreció su apoyo.

Supongo que ante los ojos de la tradición y la costumbre una mujer que ya no viva con su pareja pero sigan manteniendo su relación, comparta casa con un amigo, decida no tener hijos, de una día para otro se vaya de una casa a otra y no pida permiso a sus padres para hacer nada de lo anterior (a mi padre le avisé que ya vivía en otro lado cuando ya estaba instalada), esté abierta a tener otras relaciones simultáneamente, se divierta y un largo etcétera de posibilidades, no es motivo de felicitaciones, tal vez admiración y seguro que de mucho espanto.

Y me quedo con lo del espanto, porque me parece lamentable el miedo que puede causar la independencia, que una mujer tome las riendas de su vida sin que un hombre la tenga que salvar y mucho menos pedir su mano con sus padres. Me parece lamentable, y en verdad podría darle el pésame, por todas las experiencias que podría perderse por no creer que en verdad no necesita darle explicaciones ni cuentas a nadie, y todavía, para el escándalo y admiración de muchos, ver que es posible hacerlo con responsabilidad, compromiso y ética ante todo.

Solo espero, en verdad espero, que decidan no multiplicarse. No le deseo eso a terceras personas que vendrán al mundo sin que les preguntemos cómo es que quieren vivir y aun así se lo impongamos.

Al menos hoy en la oficina hay de qué hablar, aunque no sé si eso sea motivo de reír o llorar.  


No hay comentarios.:

Publicar un comentario