Escribido (ya sé que está mal, pero me gusta como suena) el año pasado, a mediados de diciembre. Pero me gustó, por eso se los comparto. Ya escribiré la segunda parte, después del evento que menciono, porque también está bieen pinche interesante y bueno el chisme.
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En dos semanas hubo dos noticias en la oficina:
- 1 Alecita se mudó de casa, ahora sí es independiente.
- 2 Su compañera “se nos casa”.
Alecita se fue hacia atrás cuando su compañera, que le
preguntaba a una de las abogadas sobre si era mejor casarse por bienes
mancomunados o separados, dijo al enfrentarse a esta decisión “estoy segura
que, como decidamos casarnos, él me va a dejar todo si nos llegamos a divorciar”.
El impacto de la frase lo dio el orgullo con el que lo dijo, inflando el pecho
pero bajando la cabeza al saber que su próximo marido “es un hombre” en “toda
la extensión de la palabra”.
Bien, hasta ahorita nada nuevo por la situación, pasa todos
los días que alguien pide matrimonio a otro alguien, que el prometido va a
pedir a sus suegros la mano de su hija (asumiendo que a los veintitantos años
una todavía necesita el permiso y bendición de los padres para irnos de la casa
con quien se nos da la gana. Porque solas, no, una es mujer de casa se respeta
y de la puerta solo sale de blanco) y que inicia esa suerte de ilusión de haber
encontrado el amuleto que brindará la felicidad hasta que la muerte nos separe,
que conlleva festejarlo con la fiesta, vestidos, lugar y todo lo que
saben del ritual.
Comentarios sobre lo bueno que es que formalizaran su
relación no faltaron, obvio, tampoco las felicitaciones. Lo incómodo para mí
del momento fue que esperaran mis felicitaciones cuando para mí no hay razón
para darlas. Y en este ambiente godinezco creo que resulta un poco incómodo y
aguafiestas decir “pues no te doy mis felicitaciones, pero sí te ofrezco mi
apoyo moral y acompañamiento”, cuando son esas noticias que hacen el día de
oficina algo diferente (junto con la emoción de poner el árbol de Navidad este
mismo día y saber que el banco sí tendrá dinero para hacernos una fiesta de fin
de año… sí, el banco tendrá dinero ¡ja!). Así que solo me limité a preguntar
más o menos interesada (más por morbo que otra cosa) sobre los detalles, pero
definitivamente mis felicitaciones no las iba a dar.
Quiero contrastar lo que me dijeron hace dos semanas con
respecto a mi mudanza y comienzo de verdadera vida independiente (y quisiera
aclarar que no es envidia, bueno… no envidia por la situación, tal vez por la
atención que una cosa y otra genera): “muy bien, Alejandra. Qué bueno por ti”.
Difícilmente alguien me dijo otra cosa, excepto mi jefe que, sorprendiéndome,
retroalimentó positivamente mi cambio y hasta me ofreció su apoyo.
Supongo que ante los ojos de la tradición y la costumbre una
mujer que ya no viva con su pareja pero sigan manteniendo su relación, comparta
casa con un amigo, decida no tener hijos, de una día para otro se vaya de una
casa a otra y no pida permiso a sus padres para hacer nada de lo anterior (a mi
padre le avisé que ya vivía en otro lado cuando ya estaba instalada), esté
abierta a tener otras relaciones simultáneamente, se divierta y un largo
etcétera de posibilidades, no es motivo de felicitaciones, tal vez admiración y
seguro que de mucho espanto.
Y me quedo con lo del espanto, porque me parece lamentable
el miedo que puede causar la independencia, que una mujer tome las riendas de
su vida sin que un hombre la tenga que salvar y mucho menos pedir su mano con
sus padres. Me parece lamentable, y en verdad podría darle el pésame, por todas
las experiencias que podría perderse por no creer que en verdad no necesita
darle explicaciones ni cuentas a nadie, y todavía, para el escándalo y admiración
de muchos, ver que es posible hacerlo con responsabilidad, compromiso y ética
ante todo.
Solo espero, en verdad espero, que decidan no multiplicarse.
No le deseo eso a terceras personas que vendrán al mundo sin que les
preguntemos cómo es que quieren vivir y aun así se lo impongamos.
Al menos hoy en la oficina hay de qué hablar, aunque no sé
si eso sea motivo de reír o llorar.
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