Es de madrugada, tengo hambre, escucho música y siento que
voy a extrañar el reallity show Master
Chef México. Eso me remitió a los placeres culposos de la vida: una
hamburguesa de Burgen King, una canción de banda y un programa de TV Azteca;
pero hay otros más peligrosos y justo ayer le contaba a un amigo unos de mis
peores gustos desde que tengo memoria: la tristeza y el berrinche.
Ilustración: Franz von Bayros |
Duré una semana con un pinche enojo que no me dejaba en paz:
me despertaba enojada, comía enojada, le pagaba a la señora del pan enojada y
hasta me desquité con un ex. Yo pensé que el maldito heteropatriarcado era lo
que me tenía mal y ya me estaba armando con dinamita para hacer explotar a todx
ser que pretendiera colonizara mi cuerpo. Pero… ¡aja já! ¡qué maravilloso es el
berrinche que hasta uno mismx se cree lo que se inventa! La verdad es que
estaba tan enojada de que no me salieran tan bien las cosas que quería ser
víctima para que los demás me sacaran de apuros.
Bueno, pues ya saben que esto no puede tener final feliz. Yo
me canso, los demás se cansan y ahí siguen los problemas.
Ahora, sobre la tristeza, no sé, es una fijación extraña y
que disfruto. No solo la comida se disfruta agridulce, pero ¡carajo! dice el
budismo, el sufismo, el/la psicólogx y el eneagrama que no está bien. ¿Cómo
desaprendo algo que tengo desde que recuerdo? Desde niña disfruto hacerme de
historias tristes en mi mente, es como si fuera ya un condimento en mi vida.
Así como la nostalgia puede ser materia prima para las
creaciones, también es terrible cuando constantemente siento que algo me hace
falta en la vida. Algo que siempre está detrás de una nube que no logro atravesar. No quiero vivir siempre en el
anhelo. ¡Bendita y maldita paradoja de la dulce tristeza!
Ya me dio más hambre por pensar en estas cosas.
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