jueves, 22 de octubre de 2015

La historia de mi anillo de compromiso

Lo que muchxs esperaban y querían que fuera (o sea) de mi vida ha sido al revés. Casi caigo en la trampa del matrimonio, la monogamia, ser madre, ser condescendiente, complaciente, sumisa y, aunque fue una etapa bonita, viví en pareja, aunque no lo volvería hacer. Son decisiones que pocos entienden y no me importa, pero se agradece cuando alguien lo hace.

En este tenor de quebrar los rituales y tradiciones, está el que más entusiasma a muchas mujeres: recibir el anillo de compromiso. El único que he recibido no fue cuando me iba a casar, tampoco tiene una piedra de valor ridículamente inflado, no hubo mariachi o cena romántica, sino que lo recibí de la mejor persona, manera y circunstancia que me pudo dar la existencia.

Él estaba a punto de regresar a Colombia después de venir a México. Estábamos en la casa de una tía y no recuerdo qué suscitó que él tomara un anillo de plata que yo solía utilizar desde ese entonces y, como quien promete ante el altar, me preguntó si juraba serme fiel a mí misma, auténtica en lo próspero y en lo adverso, cuidarme en la salud y en la enfermedad, sin dioses, sin hombres, sin madre, padre o sociedad de por medio.

Nunca nadie me había propuesto aquello de manera tan explícita y lo atesoro como una de las mejores experiencias de mi vida.  

Seamos sinceros, cuando somos auténticxs y elegimos compartir la vida con otrx que también lo es, es asumir también que nuestros caminos no serán los mismos siempre, pero lo esencial está ahí: amar al árbol, no solo al fruto.

Cumplo el compromiso no porque se lo prometí a él, juré para mí porque me amo; eso lo tiene muy claro y lo mejor es que no hace pataletas por eso. Sabe que lo amo por quien es, porque admiro su esencia y su proceso a través de estos años. Es así, contemplativo, no deseo arrancar ni un fruto de él si es que no quiere darme uno por su cuenta. Si es otoño o invierno con él, no me parece menos hermoso, porque sé que la vida del árbol no está en su follaje, sino en el ciclo que lleva año con año y que la vida fluye desde la raíz hasta la punta de las ramas.

Y lo valoro porque me ha enseñado que el amor eso: contemplar, admirar y cuidar de un árbol sin modificar su crecimiento.

Años de conocernos, años de elegir compartir de manera consciente y respetándonos profundamente.

No fueron palabras que se las llevó el viento, todo esto han sido hechos que me recuerdan que el amor se construye respetando la integridad.


Gracias por existir. 



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