No sabía que esa decisión se convertiría en decreto, en un
estado del corazón.
“Me voy de viaje” dije un día de hace 3 años a cierta hora que no recuerdo,
pero hasta la fecha no he vuelto. Ese regalo que me di fue para encontrar muchos
otros.
El primero, que aún permanece en mi cuello, fue un dije de
joyería barroca tradicional de Guanajuato con un parajito incrustado que hace poco más de un año voló. Me
dio tristeza perderlo, pero me di cuenta que al volar hizo honor a la decisión
de no permanecer por complacer. Conservo el resto porque me parece hermoso
recordar el punto de partida.
En las paredes de los callejones se leía mi historia. Descubrí
la dicha de sentirme en casa con cada paso que daba. Descubrí el terror de
sumergirme en lo que evité siempre y ahora agradezco que no me haya dado otra
opción más que dejar que la oscuridad de mis adentros me iluminara. Dejé que
cada rincón fuera ese lugar al que me
decían que no debía explorar. Sentí por primera vez lo que era planear y hacer a
mi ritmo, sin culpa, decidiendo en ese instante que se volvería en mi nuevo
paradigma de vida.
Me fui para honrar a la buscadora, a la que sabe que hay un
mundo invisible que se mira desde adentro.
Me fui para regresar a ese lugar que solo yo conozco y creí perder.
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